Entre la basta multitud del mercado, la presencia de dos chicos con mantos ocultando su identidad, pasaba desapercibida a simple vista. El mercado estaba repleto de gente y era difícil caminar sin chocar con alguien.
Escuadrones de soldados marchaban por toda la ciudad, desde las entradas hasta las calles. Demasiada protección y vigilancia para una ciudad. Casi podrían asegurar que esperaban un ataque. Y a juzgar por su armamento principalmente de arcos y flechas, dudaban que se les escapara algo.
—Estamos aquí por tu culpa —acuso Harakhty a su primo cuando entraron al mercado.
Chigaru solo se limitó a voltearlo a ver. O, mejor dicho. Bajo la cabeza. Si bien lo llamo molesto, el mayor mostro más interés al permanecer en las sombras de las pancartas contra los últimos rayos del sol que a su pequeño primo. No llevaban mucho que acababan de llegar a la ciudad y era comprensible que Harakhty estuviera enojado con él.
Kush, era una nación conformada por un colosal desierto y un rio que la atravesaba del norte a sur con cinco cataratas que lo dividían por regiones. Por lo que saber su ubicación actual era de suma importancia.
Sus nativos, los Kushitas, eran de piel oscura y cabellos negros. Los hombres vestían shenti o faldillas con cinturón y las mujeres vestidos largos hasta sus pies, todos hechos de lino o lana. Los edificios eran a base de tabique y lodo tanto casas como negocios, y en cada ciudad estaba construida una muralla. En el mercado comercializaban frutas como melones y sandias, animales de corral, peces y artesanías como telas y cerámicas.
—¿Siquiera sabes dónde estamos? — pregunto Harakhty frustrado por el silencio de su primo—. Mínimo debieras saber que tan lejos estamos.
Chigaru se detuvo en frente de un puesto en una posición pensativa. Se giró al vendedor del puesto con la intención de preguntar, pero al momento de hacerlo noto que este los veía raro, lo cual no era para que se sorprendiera, hace un momento Harakhty hablo con un acento extraño para él.
—Disculpe —se adelantó a decir Harakhty corrigiendo su acento—, mi primo y yo nos perdimos camino a la cuarta catarata. Nos podría decir dónde estamos y como llegar, por favor.
El señor los examino. Harakhty lucia tener casi catorce años y Chigaru casi los veinte, sus rasgos faciales eran similares. Clara evidencio de que eran primos, algo normal. Pero su tono de piel menos morena era apreciable para cualquiera que prestara atención.
Y de no estar tapados, el señor notaria los dedos y manos vendadas de Chigaru y la calvicie de Harakhty con solo una trenza del lado derecho de su cabeza como pelo. Los chicos sabían que su aspecto era singular. Sin mencionar el acento de antes, un descuido que les podría costar caro.
—¿Es que nunca escucho sobre el albinismo? — alego el niño fingiendo ofensa—. Los que la padecemos nacemos decolorados y con sensibilidad al sol.
Su acabose sería que el hechizo que tenían en sus ojos caducara, y revelara su verdadero color. Tal vez por eso el vendedor se les quedaba viendo tanto. Harakhty temió que el vendedor malinterpretara la situación y llamara la atención de otros, porque no se le ocurría una excusa para eso.
—Están en El Kurru, entre la segunda y tercera catarata—respondió el señor tratando de tomar una postura madura. Harakhty suspiro mentalmente—. Y si lo que quieren es llegar a la cuarta catarata, pueden tomar un barco ya sea aquí o en Berg Barkal para cruzar al otro lado del rio a Nuri, y de ahí tomar una caravana al sur...
En lo que el señor les explicaba los pormenores, Harakhty sintió como un sujeto choco a su lado y un objeto se le cayó. Al fijarse solo alcanzo a visualizar unas rastras que se perdían entre la multitud y se inclinó para recoger lo que se le había caído. Era un frasco pequeño de vidrio sellado, con una forma muy similar a un capullo de loto, y por lo que noto, aun tenia liquido adentro.
A pesar de lo apretado que estaba el mercado, logro visualizar al sujeto en una típica caseta de viajes. Chigaru estaba tan atento al vendedor que Harakhty pudo irse sin que se diera cuanta. Fue directo a donde el desconocido y escucho el pleito que este tenía con el vendedor de la caseta.
—Ya te lo dije chico—replicaba el vendedor de la caseta—. No hay pasaje para Nuri, deje de molestar.
—Imposible. Es un puerto comercial, no puede ser posible que no haiga pasaje. Es solo cruzar el rio.
—Pues me temo que es así. Hay movimiento militar en la ciudad y cerraron el puerto por traslado de presos del norte. No habrá paso hasta después de...no sé...tres días.
—¡Tres días! Yo debo estar en mi casa para mañana.
—Que lastima, porque solo tiene dos opciones: esperar el paso o tomar el pasaje en Berg Barkal; si es que hay—dijo el apenas haciéndole caso.
El sujeto trato de tranquilizarse llevándose sus manos a la cara mientras se recargaba en el tablero. Su pierna no dejaba de sacudirse de impaciencia. Se veía desesperado y el dueño de la caseta solo lo estresaba más.
—No tengo el dinero suficiente para estar de más lejos de casa ¿Tiene idea de lo que me tomara llegar hasta allá? —dijo en un intento de no alzar la voz—. Es un viaje de horas en caravana.
—Tampoco hay pasaje en caravanas.
—Siquiera regréseme mi dinero, por favor. — prosiguió. El hombre solo soltó una carcajada—. ¿Qué es tan divertido?
—No hay reembolsos—dijo riéndose.
—¿De qué habla? Yo pague por adelantado mi boleto a Nuri desde hace días, si no me van a dejar cruzar al menos regrésenme el dinero —el hombre solo negó con la cabeza sin dejar de reírse.
—Si tomo o no el barco fue su problema. No hacemos devoluciones "niño bonito".
El sujeto exploto. No dudo al momento de tomar del cuello al dueño con una mano y con la otra agarrar impulso para golpearlo. Alguien tomo Harakhty por detrás y el sujeto detuvo su puño en el aire.
—¿Qué quieren? —exigió sin mirar a Harakhty, quien estaba inclinado para atrás por Chigaru que miraba asustado el codo del sujeto que se detuvo a unos centímetros de su cara.
—Creo que se le cayó esto—dijo Harakhty como si nada mostrándole el frasco.
El sujeto asomo su cabeza y en cuanto lo vio sus ojos azules se hicieron como platos. Soltó al hombre y abrió su bolso para buscar dentro de él. Al comprobarlo le arrebato el frasco de sus manos y lo guardo es su bolso murmurando una maldición, a lo que Chigaru se indignó y le tapo los oídos a su primo antes de que el sujeto terminara.
—Gracias—agradeció apenas dejando ver que era tan solo otro chico.
El hombre se sobo el cuello mientras miraba con incredulidad al chico. Al final, este solo se limitó a pedir perdón por su comportamiento y se fue sin despedirse a toda prisa.
—¿Vistes sus ojos? —le pregunto en un susurrando a su primo una vez que el chico estuviera lejos. Chigaru asintió sin disimular su descontento con el—. Pensé que los Kushitas no tenían ese tono.
De la nada, el hombre de la caseta alzo la voz acusando al chico de las rastras de supuestamente haberle robado. Los soldados actuaron al instante y arrestaron al chico de sorpresa, quien tardo unos segundos en comprender la situación y tratar de defenderse en vano. Harakhty se indignó por tal mentira y quiso contradecir al hombre, pero Chigaru lo detuvo.
—Pero no es justo—alego molesto, pero Chigaru replico negando con la cabeza.
No le agradaba la idea, pero el mayor tenía su punto. En los últimos días, su relación con los Arrendadores de Kush no había estado muy bien e intervenir con asuntos fuera del contrato de arrendamiento complicarían su situación.
Y era debido a esta que debían pasar desapercibidos ante los Kushitas si no querían problemas con los Arrendadores. Además, no tenían tiempo para lidiar con problemas ajenos. El puestero les había descrito lo que tenía que hacer para llegar a la cuarta catarata y tras ver que la ciudad no estaba en posibilidad de ayudarlos, tuvieron que buscar otra alternativa.
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El lado positivo de viajar de noche es que no hacía calor como en el día y la luna les compartía su luz en el oscuro fin del paisaje desolado. Sorprendentemente, no se habían topado con soldados hasta el momento, que de hecho agradecían debido a la tensión que existía por la zona.
Antes que el sol se ocultara en el oeste, los negocios cerraron y los soldados habían bloquearon definitivamente las puertas de la ciudad, sin embargo, Harakhty y Chigaru se las ingeniaron para lograr salir ante sus narices. Pensando incluso que los Ajebyu de los que solían huir de niños habrían sido algo emocionante, de no ser porque estos si eran un riesgo mortal.
Debido a su prisa no se molestaron en descansar, comer o tomar agua en su breve estancia en la ciudad, ni de carga con nada para el resto del viaje. Nada podía detenerlos a su destino. Salvo el extraño cambio climático que veía del este.
—Parece que quiere llover, pero no es temporada de lluvia ¿crees que los Arrendadores estén molestos por lo de esta mañana?—comentó Harakhty mirando las nubes con las manos en la nuca interrumpiendo el incómodo silencio.
Chigaru lo ignoro. Había estado más callado de lo usual desde que llegaron a la ciudad, y en todo el camino parecia distraído.
—Ojalá que no sea eso, de lo contrario tendríamos que buscar colina alta para no inundarnos— intento otra vez sin tener resultados.
Siguieron caminando en silencio ignorando como las nubes se teñían más tormentosas a cada paso. Harakhty disminuido el ritmo para apreciar lo que tenían por delante, un espectáculo de ese tipo junto con la mirada perdida y llena de deseo de su primo le daban a entender lo que ya había vivido antes. Solo había algo que podía llegar a provocar esa postura en Chigaru.
—Conozco esa mirada.
Chigaru salió de su transe.
Harakhty espero una respuesta, pero Chigaru no se inmuto. Permaneció tieso en su lugar sin mostrar algún signo de respuesta. Era bastante obvio en su primo. Sus instintos le gritaban desde hace rato que fuera. Si no estuvieran en esta situación Chigaru podría hacer lo que quisiera sin pendientes. Algo así lo tenía templando de la emoción. Tenía que ir. Tenía que verlo. Tenía que saber lo que fue.
Era algo grande ¡No! Masivo.
—No vas a tardar ¿o sí?
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Siguieron la dirección y a pesar de la escasa luz por culpa de las nubes tapando a la luna, lograron visualizar lo que tanto inquietaba a los chicos. Si bien su ubicación no era en medio del desierto remoto como las demás, si era considerable su fortificación y alta seguridad establecida.
No era lo que se había imaginado. Y mucho menos tratándose de los instintos de su primo. Prefirió detenerse ante la idea, pero Chigaru no se detuvo, él estaba seguro de que sus sentidos no se equivocaban.
Era una fortaleza de altos muros con solo dos entradas opuestas y cuatro torres de vigilancia. Seguramente solo los guardias se paseaban por el área cargados de espadas y lanzas. Era comprensible que lo que pasara allí pudiera ser suficiente como para llamar la atención de su primo ¡¿pero tan grave era?!
—¿Estás seguro? — pregunto y su primo asintió con seguridad.
Harakhty había escuchado sobre ese lugar. Rumores decían que su posición se debía a que se construyó alrededor de un hoyo que su dios de la guerra había creado tras un ataque de cólera contra la humanidad, para luego comunicar a sus sacerdotes que para calmar su ira encerraran allí a los más grandes criminales de todos los tiempos. Y así, surgió la prisión del noreste de El Kurru, la condena eterna para cualquier criminal.
No dudo en las acciones de su primo y siguieron el paso hasta la entrada. Se sorprendieron al ver la puerta delantera totalmente abierta y sin cuidado. Ni una antorcha encendida. Ni siquiera se escuchaban las marchas de las escoltas o a alguno desde los muros gritándoles algo como: identifíquense o lárguense.
¿Y ese aroma? El viento expulsaba de adentro un repulsivo olor contra ellos. A decir verdad, el viento estaba corrido en dirección opuesta. Al acercarse a la entrada Harakhty visualizo unos bultos tirados en el suelo. Luego noto su forma humanoide. Pensó que se quedaría sin aire al momento de tenerlos de frente, pero solo se detuvo a contemplarlos a detalle.
Las cabezas estaban lejos de sus cuerpos con una expresión de sufrimiento en sus rostros, sus miembros eran huesos con escasa carne pegada, sus armaduras estaban destrozas como pedazos de vidrio y sus ropas rasgadas y teñidas de rojo. Sus viseras eran visibles y salidas de entre los huesos, con algunas partes hechas papilla.
Esa fue la primera impresión, la segunda se la llevó al ver más allá de la puerta.
Chigaru se adentró con pasos normales como si nada de eso existiera. Para Harakhty era inevitable no ver a detalle la escena que vivía en ese momento y lo siguió por detrás con pasos más cortos y lentos.
En el patio había montones formados en el suelo, posiblemente, el origen de tal nauseabundo aroma. Estos contenían huesos semi-digeridos o rotos y untados de órganos molidos. Lo inusual, era que fueran solo esqueletos con poca carne, en realidad, ya no se podían considerar cuerpos. Incluso en los pies de las paredes del muro yacían agrupados otros montones de restos.
Tuvieron cuidado de no pisar nada de los difuntos. Entre cada montículo estaban fragmentos de las flechas, arcos, lanzas, escudos, ropas y armaduras, decorados con tintes rojos. Harakhty tomo una lanza apenas intacta en su camino y por poco pisaba una cabeza aplastada a la mitad con el cerebro salido.
Muchas de esas se encontraban tiradas enteras o destrozadas. Solo unas pocas seguían unidas a lo que quedaban de lo que alguna vez fueron soldados. Todas mostraban la misma expresión de horror, como si lo último que vivieron fue terrible y doloroso.
La anatomía nunca le llamo la atención, pero tenerla plasmada enfrente sus narices le género la pregunta sobre si todos se veían igual bajo la externa capa que siempre observaba en todos los seres vivos. Prefirió desechar ese tipo de preguntas por el hecho de que lo hacía sentir incomodo esa situación. No se imaginaba poder ver eso con las personas que más respectaba, sería como invadir su privacidad.
Dio una mirada panorámica a todo el lugar. No había espacio donde no se pudiera ver otra cosa. Si antes ya le daba escalofríos lo que su primo le anticipo, esto era algo que generaba inquietud. Tampoco había presencia de animales carroñeros, ni siquiera moscas. Era fresco, de este mismo día.
Una prisión reconocida por tener los mejores guardias, los mejores arqueros, las mejores celdas y la mejor seguridad. Y que todos esos soldados yacieran bajo sus pies muertos y en tan terrible estado. ¿Acaso no quedo ningún sobreviviente?
Harakhty merodeo dentro las construcciones. Estaban vacías, y manchadas de sangre. Subió las murallas, pero el viento lo obligo a bajar. Deambulo un rato por el interior de las murallas mientras Chigaru curioseaba con los muertos.
A pesar de que todos estuvieran afuera, el aroma entraba por las aspilleras y se encapsulaba adentro. Era insoportable. No superaba el hecho de que Chigaru no se inmutara. No debería sorprenderse, su primo ya le había contado de esto antes. No era la primera masacre que veía, el era capaz de tolerarlo, incluso vivirlo ¡y le encantaba!
Para el, las masacres eran como si recolectara flores en un jardín primaveral. Al menos así lo interpretaba Harakhty. A veces llego a pensar sobre qué posibilidad habría de que Chigaru se volviera necrófilo. Porque su obsesión con los muertos llegaba hasta el punto de dormir junto a ellos (según le confeso el mismo Chigaru).
Ante tal magnitud y por el entusiasmo que tuvo su primo antes, esperaba verlo menos dolido por lo de esa mañana. Que olvidara ese incidente para seguir su camino sin resentimientos. No fue su intención acusarlo, ni él pudo hacer algo para evitarlo. Todo había sido tan rápido y repentino. Y francamente, dudaba que los demás se encontraran bien.
Vio a su primo a través de la aspillera. Se veía decepcionado, muy opuesto a lo que el esperaba.
—¿Aun puedes hacer algo por ellos? —pregunto acercándosele.
Chigaru negó.
Su primo le señalo las mordidas de los huesos, eran del mismo tamaña y grosor, un patrón que se repetía en todos los bultos. Pudo haber sido alguna criatura, pero no sabía dé alguno que deje la cabeza o los órganos sin consumir. Tampoco había rastro de carroñeros o moscas, extraño para un bocadillo fresco. Luego le mostro las ropas para que comprobara que no habían sido rasgadas sino cortadas, ya que los bordes eran rectos y limpios hechos como por un cuchillo.
—Ya te entendi. Crees que lo hizo eso que me constaste la otra vez—reafirmo con aburrimiento—. Revise las murallas, se los trajo todos al patio ¿ya terminaste? —apenas pregunto, Chigaru mostro interés al hoyo del centro.
Harakhty se sintió inseguro, las nubes habían bloqueado la poca luz de la luna advirtiendo que la tormenta estaba próxima. Calculaba al menos una hora para la tromba de agua y sabía que Chigaru no se iría sin terminar. Tampoco le convenía irse, la fortaleza era su único resguardo.
Se acercaron al borde de la entrada, el interior era total oscuridad. Para bajar había escaleras de caracol talladas en los muros del hoyo con candelabros de pared sosteniendo las antorchas extinguidas. Los truenos no tardaron en vociferar el cielo y alumbrar por momentos sus pisadas. Por los costados se distinguían manchas secas de sangre, como si hubieran estrellado los cuerpos contra estos.
—¡¿Piensas bajar?! —protesto el niño. Chigaru lo ignoro y descendió con cuidado—. Voy contigo—lo siguió y el grande lo paro con la mirada.
No era una opción.
Sabía que quedaba mucho más al fondo, y que su primo no quería exponerlo a tanto. Aun así, su silencio lo estaba molestando ¿Qué le costaba responderle con un sí o no verbal? Pareciera que ni lo estaba escuchando. Le motivo a venir para que se relajara después de lo esa mañana ¿Y así le correspondía?
El grande retomo su bajada.
—¡Bien!—respingo dándose la vuelta— ¡Arréglatelas tu solo, déjame como a Anhur y Tau!
Chigaru se detuvo en seco y regreso a su primo, pero este se había ido a desbalagar por el lugar enojado. Mejor así. Ambos debían darse su espacio para procesar lo de esa mañana y, al regresar tratarían de conciliar.
Miro sus manos vendadas con culpa. Las cosas pudieron resultar diferentes si él no hubiera intervenido, pero en esos instantes no sabía qué hacer. Pensó que tal vez pudiera corregirlo si lo intentaba otra vez. Pero no era seguro. No estaba en su territorio como para saber si funcionaria o no y tampoco lo tenía permitido. Si tan solo no tuvieran que someterse a las reglas del arrendamiento.
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