Kaimi
Querido diario, he conocido a un idiota. Se hace llamar Red. Es sordo, grosero, irrespetuoso… A mí ya me odia, igual que yo a él, pero a mi perra la adora. Y eso que se cayó por su culpa. Si es que desde aquí lo veo acariciándola. Ojalá mamá se lo tome así de bien cuando le cuente lo que ha pasado… Se cayó sin querer, que conste. Near es totalmente inofensiva. Eso tendré que enfatizarlo más. Me va a matar. Vaya. Mira, Red, tenemos algo en común. Hoy casi habremos muerto. Tú con tu desafortunado accidente y yo con mi desafortunada madre. ¿Qué te parece?
Nos falta poco para llegar a mi casa. Porque voy a ir directamente por la ruta que desemboca en mi jardín. Ese era mi objetivo antes de encontrarme contigo, Red. No voy a cambiar mis planes solo porque hayas besado el suelo. Aunque siendo sincera, me siento bastante responsable y quiero ofrecerle comida y vendas si hacen falta.
Llamo a Near. Se queda a mis pies, jadeando con la lengua fuera.
—Mi pequeña asesina… ¿Ves? Ya estamos cerca de casa. ¿Puedes ir a buscar a Mikey o a Carter? Seguro que están en el jardín. Corre, corre.
Me obedece, ya que se ha entusiasmado oyendo los nombres de mis hermanos, y corre por la última pendiente que nos queda para llegar.
—¿Disculpa? —Es Red a mi lado—. ¿Cómo que cerca de tu casa? Quedamos en que me llevarías al pueblo.
—Mi casa está en el pueblo.
Me encojo de hombros. Él pone cara de asco.
—¿Así es como sueles ligar?
—¿Pero tú qué te crees?
Le doy un golpe en el brazo que hasta ahora estaba intacto.
Él masculla algo como: «Dentro de nada dejaré de tolerar tus hostias», cuando mi hermano pequeño aparece en lo alto de la cuesta.
—¡Kaimi! —me grita—. ¡Podrías haberme dicho que habías quedado con tu novio!
Me quedo atónita. A mi izquierda Red podría estar vomitando si no fuera porque le queda algo de dignidad.
Esta mañana se suponía que saldría con Michael para pasear, pero él no quiso despertarse temprano así que me fui sola.
—¡Ni en sueños saldría con este! ¿Carter está contigo?
Carter es el mayor de los tres. Tiene diecinueve, así que podría llevar a Red en brazos hasta arriba.
—Nop. —Mikey llega hasta nosotros—. Salió antes.
—Pues nada. Llama a mamá, este niño está herido. Y dile que para nada piense que Near se las arreglará sola en el bosque.
Casi leo la mente de Red: «No soy un niño». Típica frase de un niño.
—¿Qué pasó? —pregunta curioso mi hermanito.
—Fue un accidente —respondo.
—Tu hermana está como las cabras. Me empujó por un risco.
Mikey levanta ligeramente las cejas. No sé que es peor, que me presenten como la culpable o que a mi hermano no le sorprenda.
—Eso es mentira. Te caíste por culpa de Near. Ah, sí. Mikey, este es Red. Es sordo así que procura mirarle cuando le hables, para que te pueda leer los labios.
—Vale. Hola… ¿Red? Soy Michael. —Y le ofrece su mano derecha. Tiene solo doce años y ya se comporta como un señor mayor.
Red acepta el apretón en silencio.
—Voy a avisar a mamá. —Y se va. Mi hermano siempre ha sido de pocas palabras. No sabría decir si es tímido o reservado.
Me fijo en Red. Todavía tiene el palo que le di antes.
—¿Necesitas que te ayude? Es la subida más empinada de todas.
Me ignora y da un paso. En el segundo se tropieza y yo consigo agarrarlo para que no se caiga de nuevo.
—Necesitas mi ayuda —aclaro sabiendo que tengo razón.
—No te necesito.
Ni me inmuto. Ya llevo mucho rato contigo y sé cómo eres.
Sin hacer caso a lo que ha dicho, paso su brazo derecho por mis hombros y continúo ascendiendo.
—¿Sabes que si ahora me caigo aposta tú te irás conmigo?
Este tío no se cansa.
—¿Sabes que si te suelto el brazo te irás hacia atrás y es probable que te rompas la nuca?
Los dos nos callamos. Nos queremos seguir pareciendo una pareja de recién casados al borde del divorcio.
Finalmente, pisamos nuestro destino: mi jardín. De frente podemos distinguir la parte trasera de mi casa, la carretera que va al resto del pueblo de fondo, mi porche, una mesa y unas sillas, a mi hermano Michael, una casa del árbol, a mi madre Kristal de brazos cruzados enfadadísima…
Lo he adivinado: me va a matar. Claro que es un eufemismo de castigar. Aunque suene peor.
Kristal
En mi familia había una oveja negra, como en todas. Era mi tío John, el tío-abuelo de mis hijos. Era el típico viejo cascarrabias que ni se molestaba en felicitar a sus hijos ni nietos en sus cumpleaños. Sin embargo, no era por odio, sino por incapacidad a la hora de recordar las fechas. Cuando le decíamos específicamente qué estaba pasando ese día en esa fiesta en el salón, siempre salía corriendo a cualquier sitio a comprar un detalle. Y no cualquier detalle, nunca fallaba en regalarle al cumpleañero o cumpleañera algo que realmente le gustase. Así era él.
Entonces, un 10 de septiembre de 2002, casi a la misma hora a la que yo di a luz a mi segunda hija, Kaimi; él falleció por un infarto de miocardio. Desde ahí supe que el puesto de la amargura había pasado por fin a mí. Porque yo, como todos, era consciente de lo popular que era por mi impaciencia y cabreo fácil. Desde niña siempre fui así, y lo sigo siendo. Mi esposo e hijos lo saben bien.
Pero todo esto no es importante.
Nos remontamos a catorce años después, ahora en 2016. ¿Por qué? Porque para bien o para mal, mi hija ha heredado mi mismo carácter. Su infancia fue la más difícil de los tres. Pero gracias a los cielos, cuando Michael fue creciendo, ella decidió, por propia voluntad, aprender a autocontrolarse. Quería ser un ejemplo para su hermanito, cuidarlo, y protegerlo sin necesidad de usar la violencia. Digno de admiración, ¿verdad?
Entonces. ¿Por qué razón vendrá de su caminata matutina con un niño malherido y con la ropa sucia de tierra?
—Kaimi —la llamo y hago una seña para que entre conmigo a la cocina.
Por su expresión culpable deduzco que esto va para largo.
—Michael, quédate aquí fuera haciendo compañía a nuestro invitado. Y tráele un vaso de agua o lo que quiera.
Mi hijo menor asiente. Él sí suele obedecer sin rechistar.
Mientras mi hija se acerca a mí ayudando al niño desconocido, intento ponerle nombre.
¿Es… el nieto ese de la vecina del cruce? No, no puede ser, ese es mucho mayor que Carter. No tengo ni idea de quién es, ¿será nuevo por aquí?
En esto, Kaimi llega hasta mí y entra antes que yo.
Me decanto por ir poco a poco.
—Creía que ibas a salir con Michael.
—Ya, sí, bueno. Ese era el plan hasta que ni a almohadazos se levantaba.
Río entre dientes.
—Bueno, dime. ¿Qué tal el valle? ¿Te encontraste a alguien más?
Veo a mi hija fruncir los labios. Parece que prefiere ir al grano.
Mikey220Please respect copyright.PENANA6D0XTnS8JD
—¿Quieres un vaso de agua, Red?
—No —contesta sin quitar su vista del camino por el que ha venido.
—¿Un zumo?
—No.
—¿Quieres algo de beber?
Niega con la cabeza.
—¿Te puedo preguntar otra cosa? —Me mira—. ¿De verdad te llamas «Red», como el color?
—Sí. Es una abreviación de mi nombre de pila.
Pasa como medio minuto hasta que él empieza otra conversación.
—¿Tienes naranjas?
Me extraño un poco.
—Creo que sí.
—¿Me puedes hacer un zumo de naranja?
¿No te sugerí hace un momento lo de los zumos?
—Bueno, yo no sé. Se lo pediré a mi madre.
—Gracias —dice por primera vez.
No es que sea quisquilloso, pero sé que se ha de ser educado en una casa ajena. Por eso me sorprende que por fin haya dicho una palabra de agradecimiento.
Con buenas intenciones, entro en la cocina pasando al lado de mi madre y hermana. Kaimi le está contando qué ha pasado, y mamá la escucha silenciosa, apuntando mentalmente los puntos que le tendrá que reprochar luego.
—Mamá, ¿puedes hacer un zumo de naranja para Red?
Al tiempo que mi hermana pregunta retóricamente: «¿Tenemos naranjas?», mi madre me confirma:
—Sí, por supuesto. Pero antes vamos a comprobar la gravedad de sus heridas.
Las tres salimos ordenadamente al porche por la puerta de la cocina. A la derecha, bajo techo, tenemos una mesa con un mantel de flores, dos sillas, y ese banco blandito para tres personas que se balancea.
Red no está en ninguno de los asientos. Y hace un momento sí lo estaba.
Intercalo la mirada entre mi madre y hermana. Kaimi está cabreada y mamá, intentando evitar estarlo, entrecierra los ojos para hacer una vista rápida y panorámica del jardín.
Nadie.
ns 172.69.7.17da2