Hoy en día está muy de moda el término “migajero”, refiriéndose a personas que reciben únicamente lo mínimo en una relación de amistad, pareja o de familia incluso. Es un término vulgar y hasta podría ser ofensivo para alguien con estas carencias emocionales. Yo no me ofendo en lo absoluto, precisamente por eso lo utilizo, pero hay todo tipo de personas y es con quienes se ponen a la defensiva fácilmente que habría que tener un poco más de empatía.
Es muy bonito y gracioso reírse de este grupo de personas, pero realmente es triste y penoso el trasfondo que aguarda una persona que se conforma con migajas de cariño. Muchos pueden autodenominarse “migajeros”, puesto que es una expresión que está ganando popularidad en las generaciones actuales, sin embargo, es de notarse que no todos aquellos que lo hacen lo son en realidad. Y quiero contarte un poquito de mi historia, mi experiencia viviendo de migajas, no para que sientas lástima por mí o para que dejes de usar la palabra, nada que ver. En realidad, lo que pretendo es dar visibilidad al lado más oscuro de esta tendencia, además de ofrecer una posible solución a este conflicto emocional.
Solo el sobrante. Eso era lo que siempre recibí desde pequeño. La falta prolongada de figuras de identificación claras como lo son un padre y/o una madre provocaron en mí una preferencia e identificación hacia mi hermana. Además, trajo consigo un desorden emocional e incertidumbre del mismo tipo.
Por extraño que suene, desde pequeño he basado mis relaciones personales en como es mi hermana conmigo y cómo soy yo con ella. Dígase una novia, una amistad, etcétera; busco crear una dinámica similar a la que tengo con ella porque siempre ha sido mi punto de referencia, con notables diferencias entre un tipo de relación y otro, claro.
Crecer en una familia que me brindó poco o ningún cariño durante mi infancia, una etapa de gran vulnerabilidad y necesidad emocional, desencadenó una larga serie de eventos y relaciones desafortunadas. Y aunque actualmente esta misma familia me brinda la confianza, la seguridad de aceptación y amor que tanto exigía en aquellos años, es una espinita que sigue mermando en mi actual forma de vivir y de relacionarme.
En los últimos meses viví momentos y circunstancias que me desordenaron nuevamente la seguridad de mis relaciones en general. En ocasiones, las personas se sentían muy presentes, demostraban gran apoyo y, a su vez, yo sentía que el apoyo era recibido; sin embargo, hubo otras en las que sentí un abandono total, no encontraba consuelo en nadie más que en mis intereses, por ejemplo, la música. Esta falta de seguridad me hizo entrar en lo que yo llamo una pequeña crisis de afecto. Esta “crisis” me sembraba la duda constante y punzante sobre si mis cercanos estaban ahí por condición. Toda esta falta de confianza tiene como punto de partida las carencias que tuve en mi infancia y las pobres muestras de afecto de la misma.
No culpo a quienes tuvieron faltas conmigo en determinados momentos, quizá hacían lo mejor que podían, pero sí responsabilizo precisamente a estas personas por las repercusiones que tuvieron sus acciones en mi vida. Algunos buscaron soluciones al problema que enfrentaban, como es el caso de mis papás o mi hermano, otros simplemente huyeron del problema por una falta de responsabilidad afectiva y de valor para enfrentar las consecuencias. Ahora es tarea de cada uno hacer el cambio necesario para vivir una vida en paz.
Créeme, persona que lee esto, que vivir en constante duda y paranoia por saber si tus amigos realmente están ahí por convicción, si verdaderamente eres merecedor de aquellos gestos de amor que recibes de tu familia y amigos, es realmente desgastante. Mendigar amor no es naturalmente un estilo de vida que escoges, sino que son las pequeñas faltas que te hacen algunas personas o momentos a lo largo de tu vida los que definen eso inicialmente.
Algunos alardeamos de esto como si fuera algo de lo que estar orgulloso, no obstante, es todo lo contrario. Lo hacemos desde el humor como un caparazón hacia el mundo real, y que en el momento en que alguien haga el chiste o saque a flote nuestra desgracia, el impacto en nuestra autoestima sea mucho menor. Nos avergonzamos tanto de ser así que buscamos hacer la broma a costa de la situación, minimizando la carga social, pero también reprimiendo el rechazo que tenemos a nuestras propias tendencias y haciendo más grande el problema. No buscando una solución, sino una forma de escapar de él.
Ahora, estoy romantizando demasiado vivir de esta forma, pero no todo es culpa de los demás. Si tú te llegas a sentir identificado con la situación que estoy planteando, déjame decirte una cosa; a día de hoy, ahora mismo, tú eres quien está escogiendo vivir así. Porque si eres capaz de reconocer que vives de las sobras de afecto que te dan las personas, entonces eres lo suficientemente capaz para cambiarlo. Es muy sencillo cargarle el muerto a otro, pero lo que realmente debemos hacer como “migajeros” es reconocer el problema de raíz y cortarlo, porque de lo contrario no vamos a notar una evolución satisfactoria en nuestras próximas relaciones.
Toma el poco amor propio que te queda e inviértelo en actividades que te multipliquen esa inversión. Toma decisiones diferentes, escógete a ti mismo antes que a los demás. Es muy difícil dejar de conformarse con sobras, aunque si es difícil significa que vale la pena. Al final, el único amor que vas a tener para siempre es el propio, no busques y no mendigues amor donde no te lo quieren dar. Si aprendes a relacionarte con la gente adecuada, ese afecto que tanto exiges llega solo. Si encuentras un consuelo o un refugio en personas que te dan el amor entero, tómalo y aprende de él para empezar a formar un amor propio igual de completo.
Y si eres una persona que no padece de todo esto que acabo de relatar, qué gusto. Aprovecha que no dependes de nadie para sentirte bien cada día cuando despiertas. Puede parecer un regaño a ambas partes, quienes viven de sobras y quienes no, pero realmente es intento por ayudar, de una forma algo dura, a quienes no pueden romper este ciclo emocional.
En última instancia, la clave para dejar las migajas es desarrollar un amor propio inquebrantable. ¿Que no es el amor propio el pilar más importante de todas nuestras relaciones saludables? Ya sea que te sientas identificado con el término “migajero” o no, te invito a reflexionar sobre el amor que te tienes a ti mismo. Ese es el primer y más importante amor que merecemos.
ns216.73.216.69da2