Cinco llamadas perdidas. Camila lidiaba con el remordimiento de haber dejado plantado a Adrián.
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Mensaje nuevo:
Adrii, disculpame, x favor. Podemos quedar el viernes, sí?
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La primera vez que faltó a su cita fue hace año y medio, sus padres le habían prohibido salir por sus bajas calificaciones, por lo que Adrián se propuso ayudarla en las tareas. Seis meses después, ella lo invitó a la función del Cirque du Soleil; Adrián fue entusiasmado a esperarla, pero nunca fue. Tampoco pudo ver la función él solo, ya que ella tenía las entradas. Adrián en ese entonces estaba furioso y dejó de hablarle por semanas.
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Las salidas siguientes, Adrián fue a buscarla a su casa para asegurar su compromiso. Y le funcionaba, al menos seis salidas tuvieron éxito, hasta que la madre de Camila lo encaró.
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—¿Y tus papás no se interesan por vos, nene? Salís mucho a la calle.—Insinuó una vez aquella mujer, con los brazos cruzados y falsa preocupación.
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Esa pregunta había punzado en los sentimientos del chico hacia sus padres, y tuvo por primera vez noción del tiempo que pasaba fuera de casa. Fue peor para él cuando la señora se ofreció a llevarlo hasta su casa en su 4x4.
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—Dios...¿acá vivís, querido? Qué lugar tan...feo.
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Adrián se encogió en el asiento mientras asentía. Los hijos de la verdulera del frente —unos fisuras— bebían vino en una botella de Coca-Cola cortada. Sentados en la vereda, miraban con extrañeza y asombro el vehículo, lo que produjo en la mujer una exagerada sensación de inseguridad.
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—Ay, no. Voy a dar la vuelta, así te queda más cerca la puerta de tu casa. Que si te pasa algo es mi culpa...
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Se convenció de no volver a la casa de su amiga tras enterarse que la mujer lo tachó como uno más de aquellos malandros, pero bien vestido.
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—No sabía que tu mamá fuera una personalidad de la televisión—dijo sin reparo Adrián, llevándose una latita de Pepsi a los labios—: tan superflua, tan hueca.
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Camila riñó con él aquella ocasión. Empezó defendiendo a su madre, pero Adrián la fue conduciendo a lo que él creía el origen de la discusión: él no habría hablado mal de su madre si no la hubiese conocido.
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—¡Y no la hubiese conocido si no tuviera la necesidad de buscarte cada vez que planeamos una salida!
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Hubo un silencio incómodo entre ambos.
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—...O si me dijeras de una vez que no te interesa salir conmigo.—Se corrigió Adrián.
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Esa tarde en las puertas del colegio la dejó sola. A Camila le gustaba salir con él, pero le costaba cumplir con cualquier compromiso. Era desorganizada. Le tomó tiempo recuperar la confianza de Adrián, y la había perdido esta vez por asistir a último momento a la fiesta de una amiga, con la que había quedado dos semanas antes.
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Adrián no contestaba, ya estaba anocheciendo. Mañana tendría que verlo en el aula, de todos modos. Le carcomía la idea de verlo molesto. Cuando menos se le ocurrió devolverle el dinero de la entrada a modo de indemnización.
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“¡No hay fortuna en el mundo que indemnice tu falta de palabra!”, imaginó a Adrián manifestar tales palabras, con un gesto demoníaco que se erigía sobre ella como el advenimiento del apocalipsis.
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—Debo dejar de ver anime.—Articuló, mirando su teléfono, con la vista cansada.
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Se dejó caer en la cama y se obligó a pensar en la fiesta: El abrazo de Coni, la alegría que irradiaba de sus pómulos redondos, en su mirada infante, el glitter en el aire despertando su asombro, la música haciendo vibrar su pecho, la calidez que le envolvía entre saltos y risas; en lo preciado que le llegaba a parecer en esa instancia las amistades que siguen intactas después de mucho tiempo sin verse...“la amistad no necesita frecuencia”, le citó Adrián una vez.
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Su sonrisa se fue esfumando de a poco, repitiendo las palabras de Borges en voz baja, pensando en su amigo.
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—Estúpido—Dijo—. Te pegaste un tiro en el pie.
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