Kaimi
Estamos a lunes. Otro día de recogida de cadáveres en el insti. Ya podrían haber plantado árboles de hoja perenne, como los pukateas, pero no. Tenían que poner aquí en medio del patio de la entrada, dos enormes plataneros, que ya me dirás tú para qué, si solo ensucian todo esto en invierno y en primavera te intentan asesinar dejando caer esos extraños frutos, o lo que sea que son.
Suspiro mentalmente.
Ya está, ya me he desahogado.
Por suerte para mí, cuando he llegado, la gran mayoría de soldados hoja caídos había sido recogida por otra persona, así que estoy descansando en un banco de madera.
Del bolsillo de mi ancha chaqueta verde militar saco mis auriculares y mi MP4. No el móvil, porque nunca lo traigo a clase. Lo enciendo y me pongo a buscar una canción específica para el momento. Encuentro de primeras algo de Pink Floyd: Money. Me servirá. El bajo y la caja registradora del principio siempre me relajan. Le doy al play y empiezo a divagar. Hasta mi voz mental suena perezosa.
Oh… Los deberes de mates… Da igual, los haré entre lengua y biología. ¿Cuáles eran? ¿Los ejercicios esos del cuadro rojo? Rojo. Red.
Y acabo haciendo memoria de los acontecimientos de ese pasado sábado.
—Kaimi. ¿Y tu amigo? —me preguntó mi madre no muy afablemente.
Ahora me arrepiento de no haber negado lo de «mi amigo», pero en ese momento no se me ocurrió.
—Por lo que se ve, se ha ido —repliqué sonando poco seria.
Seguíamos anonadados los tres: mi madre, mi hermano y yo, en nuestro porche. En medio del césped vi algo que no encajaba. Bajé los tres escalones que me separaban de la tierra y me acerqué a ello. Era un palo. El mismo que había recogido para Red y con el que había estado fingiendo que estaba cojo. Estaba bastante lejos de mi casa. Debió tirarlo con bastante fuerza. La fuerza que te otorga la satisfacción de fastidiar a una persona.
—¿Pero no estaba herido?
Mi hermano se sentía confundido.
—Estaba —le contesté tan tranquila que hasta yo me sorprendí—. Eso me hizo creer.
De refilón vi que mi madre se mantenía los ojos con los dedos, como si se le fueran a caer de la vergüenza.
—Vale —susurró para resistir con la mente fría—. Kaimi, ven conmigo —me habló luego más alto—. Vamos a recorrernos el pueblo. No puede haber ido tan lejos. Aunque la lesión fuera mentira, tiene que estar como mínimo adolorido por la caída.
—Y más lo estará cuando lo encuentre.
Me aseguré de decirlo en voz baja, pero cuando pisé el asfalto de la calle con mi madre, ésta me dio con su dedo medio en la frente, como cuando le das a un bicho para tirarlo por ahí porque no lo quieres cerca.
—Lo vamos a buscar para pedirle explicaciones a él y a sus padres, no para darle una paliza por las molestias que nos ha causado.
—¿Y por qué no lo dejamos así como está? Puedo fingir que este fatídico día nunca ha pasado, tal como hizo él con su tobillo torcido.
Mi madre sonrió.
—Muy graciosa. ¡Michael! —Mi hermano nos miró desde el porche—. Quédate en casa con Near.
Y nos despedimos.
Tras una, más o menos, intensa búsqueda, en la que fui siendo regañada, por las calles principales y preguntando a los pocos vecinos que vimos por ahí, nos rendimos.
Ni rastro de Red.
Y ya. Aún ahora sigo flipando con lo mismo que ese día. ¿Cómo es que me mantuve relajada al saber lo que había hecho ese niñato? Es decir. Se había caído, repito por milésima vez, por mi culpa, pero me preocupé por ayudarlo y hasta traerlo a mi casa para remediar sus falsas heridas que yo creía verdaderas. Y aún así, decidió irse cuando tuvo oportunidad, mostrando que sentía nada de gratitud hacia mí y tenía cero ganas de intentar ser educado. Es para matarlo, ¿verdad? ¿No tengo razón? Mas, con todo, me pareció tan indiferente. Tan poco importante. Y ahora me siento tan orgullosa de mí misma por eso. Lo considero un gran progreso personal. Nunca creí que conseguiría llegar a este punto de no enfadarme por todas las estupideces que me pasasen. Es genial. Que le den a cabrearse por personas que no merecen mi atención. ¿Para qué estar pensando en él durante las próximas horas si puedes ignorarle y no sufrir tú con tus quebraderos de cabeza?
Faltan veintidós minutos para que empiecen las clases. Sí, vengo demasiado pronto para vivir cerca del instituto, pero tengo mis razones. Desde mi banco, en el lateral de uno de los árboles, tengo la entrada al patio delantero a mi derecha y la entrada al edificio de clases al otro lado. Y justo en frente, el otro árbol idéntico a este, que en realidad pertenece al colegio, porque está en su lado. Así es. El instituto y el colegio están consecutivamente. Cuando das el salto de primaria a secundaria solo tienes que estar al tanto de a qué edificio vas, no es necesario cambiar de ruta al caminar, ni nada. Práctico pero rollo. A lo mejor tu enemigo del último curso se ve obligado a repetir, piensas: «Ja, pringado, no te veré hasta un año, cuando ya me haya olvidado de ti», y sin embargo, lo tendrás casi a la misma distancia que siempre, pero con más paredes que os separen. Claro que este factor nunca lo tuvieron en cuenta los constructores y diseñadores del pueblo.
Se aproxima gente. Aunque ya se habían aproximado bastantes personas, pero yo estaba ocupada escuchando música y divagando.
En la nube de inocencia principalmente compuesta por chicos y chicas de primer año, almas ilusas; distingo a mi mejor amiga, Selena, que viene de la mano con su hermana pequeña.
—¿El colegio no empieza una hora más tarde que nosotros? —le grito retóricamente cuando aún la tengo a una considerable distancia.
—Buenos días —dice ella al llegar hasta mí.
Me levanto del banco.
—Buenos días —le respondo con el mismo tono remilgado.
Su hermana nos observa seriamente. La saludo con una palmadita en la cabeza. Ella me susurra: «Hola».
—Tienes razón, Kaimi. El colegio empieza a las nueve, no a las ocho, pero como mis padres han tenido que salir ambos en el turno de mañana, Nira se quedará con los otros niños ahí hasta que empiecen.
—Ya veo. Pues te acompaño a dejarla.
Y dicho esto, las tres vamos hacia el colegio, que es exactamente igual que el edificio de secundaria pero de color amarillo, no rojo.
Cruzamos tan rápido de un árbol a otro, que ni cuenta me di de la sombra que me analizaba desde la puerta principal.
—Kai, ¿me puedes hacer un favor?
Ya estamos volviendo a nuestro lado.
—No hiciste los deberes de mates, ¿verdad?
—En mi fin de semana no hubo tiempo para la trigonometría.
—Como esa sea tu excusa.
Nos faltan tres o cuatro pasos más para toparnos con uno de los árboles de frente cuando…
—¡Hey!
Las dos nos paramos en seco. Algo nos ha cortado el paso. O más bien alguien… a quien casi tiro.
—Perdón —me apresuro a decir.
—Sí, fue tu culpa.
Solo me viene a la mente una persona capaz de contestarme así. ¿Será… ?
—Buenas, Jack —oigo saludar a Selena.
—Buenos días, chicas.
Jack es el tercer componente de nuestro grupito. Es bastante más alto que yo, claro que todos lo son, porque soy la más bajita; y rubio, aunque sus cejas son más oscuras. Sus ojos grises brillan bajo los pocos rayos de sol que hay.
—Buenos días, ojazos. Son grises, ¿no? —le comento mientras ya estamos entrando al pasillo principal.
—No, monada, son verdes. Avísame cuando consigas algo para cambiarlos.
Selena suelta una pequeña carcajada.
—Lo que hay que ver. ¿No ves que eso es verde, Kai?
—No estoy loca, Sel. Y tampoco soy daltónica.
—Como si yo lo fuese.
Jack y yo intercambiamos una incrédula mirada.
—¡Hey!
Entre risas, logramos entrar a nuestra clase a tiempo.
ns 172.70.126.151da2