Nuestras miradas conectaron por un segundo, sin que nuestras bocas se movieran. No era adepta a dar sonrisas gratis, y aún sigo sin serlo. Ella sería igual. Justo antes de girarme, noté una extraña sensación, como un cosquilleo en el pecho. No le di importancia hasta que años después comprendí el poder que posee la expresión de una persona, y que aquel hormigueo no era otra cosa que mi instinto en un vano intento de ahorrarme desgracias.