Harakhty permaneció sentado en la entrada del hoyo con la lanza que recogió antes esperando que su primo regresara. Se llegó a preguntar qué tan profundo y extenso debía ser allá abajo como para que Chigaru tardara tanto. Por otro lado, el clima no le daba confianza. Cada vez más truenos cubrían el cielo y el viento azotaba con una intensidad que casi le arrancaba su manto. No es que nada de eso le diera miedo, pero Chigaru no regresaba.
Tener que quedarse con los restos lo estaba frustrado. Nunca le había gustado estar en medio de una masacre, era tolerable, pero desagradable. Había tenido muchas experiencias con este tipo de cosas en su niñez, incluso considero lo muy dañado que debía estar como para que parecieran insignificancias. Aun así, sabía que el peligro y el sufrimiento eran inminentes en cualquier lugar y en cualquier forma.
¿Qué más daba?
Un extraño sonido se mezcló con el viento, una especia de eco metálico desconocido al ritmo de una armonía. Primero fue casi impercibible pensando que era producto de su imaginación, sobre todo por el ruido de los truenos. Luego este incremento como si estuviera cerca y el cielo no rugió por unos momentos.
Era algo molesto, pero él tuvo la culpa por incitarlo a venir y aunque deseara irse solo, no podría dejarlo a su merced. Chigaru podría ser muy despistado y desorientado, pero nunca permitiría exponerlo a algún peligro, a pesar de que lo siguiera tratando como un niño cuando casi cumpliría catorce, la edad legal para reconocer su adultez.
Seguía enfadado por lo ocurrido con Anhur y Tau. No dejaba de pensar en la posibilidad de que estuvieran bien ¡Claro que deberían estar bien! Son Anhur y Tau, habían vivido cosas peores. Mucho peores. Aunque Chigaru no hubiera intervenido ellos lo hubieran logrado, deberían estarlo logrando ahora.
Después de todo su primo no tenía la culpa de nada, sabía que no fue su intención. No debió acusarlo como si lo hubiera hecho a propósito. Solo trato de protegerlo y no había otra opción…y que haya decidido acompañarlo era mucho pedir. Debería agradecérselo cuando volviera.
En el cielo, un hueco comenzó a formarse con las nubes rodeándolo para no ocultarlo y dejar la luna alumbrar sobre el hoyo. Arriba en el cielo, por encima de las nubes caóticas, se hallaba la paz y calma que deseaba vivir. Ojala pudiera tener unas alas y volar hacia la libertad. Atravesar el cielo e ir más allá de la luna de Kush. Cruzar el inmenso mar infinito de la nada hasta perderse en un nuevo reino donde no tuviera culpa ni persecución.
O al menos, intentarlo otra vez.
Al fondo del eco metálico creyó escuchar una risa, una risa infantil pero discreta, y con el primer trueno se sobresaltarlo de su lugar con un grito y su capa salió volando. La luna seguía alumbrándolo.
—¡Ey! —grito al hoyo— ¡Debes regresar! ¡Vuelve!
Su eco sonó por todo el hoyo, peor no hubo respuesta. Esto no le gustaba, algo andaba mal con el lugar. Iría por su primo de ser necesario.
Tomo una antorcha del muro y con algunas cosas que tenía escondidos entre sus ropas prendió fuego alumbrando la bajada, parecía infinita. Camino cuidando su paso. Se dio cuenta de que cada nivel que bajaba era una oleada de pestilencia, abajo debían estar más cadáveres en malas condiciones.
Esta sería la primera y última vez que acompañaba a su primo a este tipo de lugares.
Al llegar casi al fondo quedo sorprendido. En los pies de la escalera, justo en el centro del hoyo, existía una leve montaña de partes que no tenían un cuerpo fijo. La mayoría eran solo huesos con tendones y restos de carne pegadas, similares a los de arriba. El aroma era como lo supuso, insoportable. No aguanto y se tapó la nariz con un pedazo de tela de sus ropas.
Alumbrando más adelante distinguió que eran muchos pasillos sin fin, un laberinto. Se adentró en uno dudoso de ser la mejor opción y casi tropieza con algo. Al iluminarlo reconoció una cabeza boca arriba con la llama de la antorcha reflejada en los ojos como lo único de personalidad en su cara.
A los costados, en los muros, los que debían ser los barrotes de la celta, estaban destruidos. Las puertas se encontraban abiertas o destrozadas. No había ningún cuerpo a la vista, al menos en el pasillo. El siguió tratando de orientarse, no se molestaba en ver dentro de las celdas, solo quería encontrar a su primo entre toda esa oscuridad e irse de ahí.
Paso mucho tiempo caminando hasta ya no saber ni donde estaba.
Quiso gritarle nuevamente a Chigaru, pero una sensación no le permitía alzar mucho la voz y apenas si lograba generar algo de eco. No tenía miedo. Pero eso no era cualquier cosa. Tal vez si tenía un poco de miedo.
¿Pero quién o quienes pudieron realizar tal hazaña?
Quizás esto le estaba preocupando. Solo su primo toleraría este ambiente.
¿Pero cómo no saber si estaban ellos solos?
Esto fue lo último que termino por hacerlo meditar tras lo que percibió en la superficie, eso, y el eco en el fondo del pasillo. Sus sentidos se aturdieron. Se quedó hermético en su lugar. Ese fue el único sonido ajeno que escucho desde que bajo, esperaba que fuera su primo y no alguna otra cosa.
Solo se escuchaban los pasos que el daba. Empezó a considerar la idea de regresar y por su mente considero ver bien en las celdas como preventivo. Alumbro dentro de una y había un cuerpo con su cráneo destrozado con todo y su cerebro, y sus ojos salidos. Las demás celdas eran igual. Lo peculiar era que no estuvieran acumulados como los demás.
El eco incrementaba al avanzar. Su garganta no le dejaba emitir sonidos por mucho que quería llamar al dueño del eco. Sus pasos se volvieron difíciles de dar. Su respiración también lo estaba traicionando. Su pulso se aceleró. La lanza que trajo consigo estaba encajada en sus uñas.
Él no era de los de correr y se lo repetía cada segundo.
El eco ya no era eco, eran respiraciones. Llego al punto de origen y ceso a lo seco sin saber de qué lugar provenía, pues había dos celdas al frente y el fondo oscuro que daba camino a quien sabe que tan lejos. Una de las celdas estaba intacta.
Quedo atónico cuando miró lo que albergaba esa celda.
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No era la primera vez que Chigaru presenciaba este panorama.
Las mordidas en los huesos, los cortes de cuchillo en los objetos, las cabezas y órganos acabados, y la falta de animales que se coman los restos. Claro qué sabía lo que ocasionó la masacre. Llevaba años investigándolo y hubiera deseado hacer algo para evitar que siguieran. Pero le era imposible.
Tenía suerte de que nunca pudo cruzarse con el causante de todo esto, siembre llegaba cuando su trabajo había terminado. Pero cada oportunidad que tenía para tratar de ayudar a los muertos era valiosa para él, a pesar de que nunca lo lograba. Además, la oscuridad nunca fue un problema para su visión.
Toco una costilla del cadáver de la celda. El solo tacto era suficiente para que pudiera confirmar lo que ya sabía. Había más muertos de los que se imaginaba, pero no logro dar con ninguno entero. Que decepción. Era un hecho que debían emprender su camino, su labor había terminado sin siquiera haber empezado.
De pronto creyó escuchar un fuerte ruido seguido de un eco repetir su nombre muy vagamente. Era la voz de Harakhty ¿le habrá pasado algo? Cierto, estuvo demasiado tiempo allí abajo. Había perdido la noción del tiempo por andar buscando algo que valiera la pena. Se levantó de un salto y emprendió su camino de regreso a toda prisa.
Recordaba la ruta, solo debía seguir hasta dar con los muertos de la entrada. También debería pensar con que palabras disculparse con su primo, y de una vez hablarle. Era alguien introvertido, y darse a entender con palabras le era difícil, aun cuando se trataba de sus mismos conocidos. Noto el disgusto de Harakhty por el lugar y sus intereses, no podía juzgarlo, el tampoco gustaba de lo mismo que él.
Eran demasiado diferentes en varios aspectos. En ocasiones no entendía la confianza que Harakhty tenía para entrelazar platicas con otras personas, incluso desconocidas. Siempre estaba atento a todo viendo de reojo cada minúsculo detalle.
Cuando hablaban, Harakhty salía adelante con deducciones que notaba de él, a las que Chigaru no podía negar o evitar. A veces por eso prefería evitar hablar con él y mejor articular lo que pensaba: sí, no, no sé, lo estoy pensando, más o menos, ¿en serio?; gestos de ese tipo, respuestas cerradas, y solo pocas veces se daba la molestia de detallar cuando Harakhty no le daba a ninguna.
Aceptaba que desde el incidente de esa mañana exageró con su mudez, le faltaban palabras para expresar lo que en realidad no sabía cómo sobrellevar. Entendía la gravedad de la situación por la que pasaban, no era la primera vez…solo…se sintió impotente en ese momento.
Si tan solo no estuvieran sujetos al arrendamiento y esas fueran sus tierras el lograría servir de algo mejor. Las cosas nunca fueron fáciles para ellos. Escapar de aquí, de acá, de allá, dejar su hogar y valerse por su cuenta. Separarse de lo que más quieren.
Su primo nunca estuvo tanto tiempo lejos de alguien, por eso cuando quedaron solos no quiso abandonarlo. Él era su primo mayor y el que los llevó a esa situación. Debía de cuidarlo y protegerlo hasta la cuarta catarata. Seguía repitiéndose lo mismo una y otra vez.
El problema era que ellos nunca habían estado tanto tiempo solos. Debía admitir que él no sabía cómo manejar la situación, nunca tuvo que ser responsable de nadie más que de él en ese mundo ¿En que estaba pensando cuando se autoproclamado el adulto responsable? Sería tan fácil dejarlo a su suerte, salvarse y librarse del tedioso arrendamiento.
Al llegar a la entrada un mal presagio lo invadió con la luna posando sobre el. Subió y descubrió que en donde debía estar una antorcha en el camino solo había restos de aceite en el suelo, del que se usaba para encender fuego.
Llego a la cima y el viento le azoto queriendo arrancarle su capa, volvió a bajar. Si Harakhty bajo a buscarlo tendrían un gran problema, y era capaz de haberlo hecho. Sí, eso era lo mas probable. Irlo a buscar después de que no volviera. Su angustia aumento con el eco ensordecedor del trueno.
¿Cómo pudo ser tan tonto en dejarlo solo?
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—¿Estás bien?
Había un niño como de su edad adentro y estaba intacto. El niño estaba parado derecho con la vista perdida en la oscuridad de la celda de enfrente. Su piel era azul violáceo y no se movió aun con la presencia de Harakhty. Ni siquiera una mínima reacción. Harakhty se apresuró a sacarlo de ahí, examino los barrotes en busca de la cerradura y encontró que estaba rota. Entro con prisa.
—Oye.
Sus ojos reflejaban terror, mayor o igual al que los demás. Harakhty paso una mano por la cara del otro, este se cayó de espaldas con el cuerpo rígido. Se acercó a tomarle el pulso, su piel estaba fría y sus manos se sentían tiesas y pálidas. Fue inútil. Murió de un infarto.
Harakhty no entendía lo que pasaba. Chigaru nunca le dijo sobre sobrevivientes a las masacres. ¿Qué le paso a ese chico? ¿Por qué no se fue si su celda estaba abierta? ¿es que acaso no percibía el horrible ambiente del lugar? Cerró sus ojos con su mano y pidió perdón por no poder hacer más por él.
La respiración volvió y su piel se erizo.
Dirigió su mirada al punto perdido que había estado viendo el otro chico. La celda de enfrente estaba abierta como las demás. La respiración era casi inconscientemente. Chigaru no podría ser, dudaba que hubiera pasado por aquí o de lo contrario no huera abandonado un cuerpo en tan buen estado.
Entonces no habían tomado la misma ruta. Karma, si estaba perdido después de todo.
Harakhty apretó con fuerza su antorcha y lanza y salió de la celda directo a la de enfrente con pasos dudosos. Su corazón comenzó a latir mil por segundo. No podía quitar sus ojos del objetivo. Era como estar hipnotizado por la curiosidad, no una emocionante, sino una inquietante.
Conocía esas reacciones en su cuerpo, pero no a tal magnitud. Sentía que se ahogaba al momento de cruzar el pasillo hasta estar al frente de la otra celda. No pudo ir más. Se paralizo al sentir la presencia de otro. Acerco la antorcha al interior de la celda sin dejar de temblar su mano. El cuerpo que yacía era diferente a todos los anteriores.
Estaba sentado con las piernas abiertas y la espalda recargada en el muro. No estaba destrozado ni dañado, estaba completo. El rostro no se veía por el largo cabello desalineado que colgaba hasta sus brazos. Desde sus pies hasta lo que no se alcanzaba a ver por su cabello, algo reflejaba la luz de la antorcha como un líquido rojizo. Entre sus piernas agarraba unos cuchillos punta abajo y desde sus brazos hasta la punta de los cuchillos escurría el líquido rojizo formando un pequeño charco con las gotas que caían.
No se movía y no requirió presentaciones para saber quién era.
Apretó la lanza y retrocedió lentamente sin hacer ruido. Se retiró vigilando que todo estuviera tal cual lo dejo, el niño tirado en su celda, el tipo ensangrentado sentado en la suya. Aquí nada había pasado. Si acaso hiso ruido el tipo no se inmuto al instante, y ojalá así siguiera.
Al estar a metros de distancia acelero en paso. No podía desviar la mirada ni para ver su camino, tenía prisa. Si ese tipo estaba aquí, entonces Chigaru…no, imposible. No vio rastro de su primo, sería demasiado que se lo haya topado ¿sería capaz de hacerle lo que le hizo a los demás? No, por favor, no quería ni pensarlo.
Apenas salió del pasillo escucho la puerta de una celda rechinar. Se detuvo unos segundos. Los pasos del fondo iban lento. Dejo de caminar de reversa y corrió de frente. El eco de los pasos seguía su ritmo, como el de un goteo pausado. Sus trotes aterrados se hicieron una guerra de ecos con los calmados del otro.
Juro sentir la presencia del otro a sus espaldas cuando creyó que este había salido al fin de pasillo, y siguió el camino de Harakhty. Harakhty se apuró, se abstuvo de ver atrás. Nunca pensó que su valentía se volvería cobardía. Que los pasos decididos que los trajeron eran zancadas rápidas de regreso. Sentía su corazón latir como nunca antes en su vida. Sus pies pisaban duro en el suelo para darle impulso.
Solo pensaba en llegar a la salida y reencontrarse con su primo. Ni siquiera recordaba el camino, solo se movía. Corría sin flaquear. Hacía rato que se le había caído el trapo a Harakhty para respirar en forma, el aroma fue lo de menos. Tantas veces al borde de la muerte, tantas huidas de sus cazadores, tantos sacrificados delante de él, y por primera vez en su vida sentía el terror mismo.
Pero ¿por qué?
No visualizaron bien al chocar con un cuerpo en la oscuridad. Cuando cayó sobre el desconocido solo quedó mudo por el susto. La antorcha había caído lejos aún encendida alumbrando la escena del accidente. Reconoció a su primo debajo de él con la misma sorpresa de haberse topado al fin y no dudo en abrazarlo de la felicidad.
Seguía vivo.
Chigaru no parecía entender, quiso sepáralo para reprocharle por su insensatez, pero Harakhty no se dejaba. Se aferró a él temblando de forma anormal, hasta que los pasos se volvieron cada vez más fuertes y Chigaru quedo desconcertado.
—Sanguinario—confeso Harakhty en un susurro.
La expresión de Chigaru cambio drásticamente. Harakhty nunca había visto el terror en su primo. Chigaru lo paró de un salto y jalo bruscamente. El agarre con el era fuerte y lo guio sin soltarse de las manos. Respiraban con rapidez, el aroma dejo de ser un problema desde el inicio de su camino, solo deseaban huir de ese lugar. La adrenalina en sus cuerpos era inmensa, no los dejaba sentir el dolor de sus músculos.
El Sanguinario se estaba acercando a una nueva velocidad. Harakhty miro atrás y vio cuando este se acercaba a la antorcha abandonada. Dos puntos rojos los seguían, sus ojos. Estaban lejos, pero su mirada ya les lanzaba estocadas. Iba por ellos.
Chigaru demostró que recordaba la ruta, faltaba poco. Giraron a la siguiente esquina y casi se tropiezan con un cuerpo tirado. Unos metros más, solo unas celdas mas. Harakhty estaba a la par con él. Apenas llegaran a las escaleras, subirían a toda prisa. Al fin salieron del pasillo vieron las escaleras y desde arriba un trueno hizo temblar abajo con su eco e iluminar su destino.
Fueron directo.
Escucho algo que volaba a ellos y Chigaru cayo detrás de el soltando un quejido de dolor. Harakhty se detuvo y observo que tenía un cuchillo clavado en su pierna.
—¡Vamos! —le grito el niño con desesperación ayudándolo a levantarse.
Al hacer esto vio los puntos rojos agrandándose con mayor intensidad en la oscuridad.
—¡Hay viene, date prisa!
Un rayo callo dentro del hoyo sobre la pila de cuerpos haciéndolos explotar. La luz los segó por unos segundos deteniéndolos mientras eran golpeados por los pedazos quemados. El sonido los aturdió un poco tirados en el suelo del dolor. Cuando recuperaron los sentidos solo escuchaban los pasos del Sanguinario a casi nada de ellos. La pila de cadáveres se había incendiado en un holocausto que estorbaba en la entrada junto con escombros del muro.
Miro a Chigaru contemplando la oscuridad de donde venía el Sanguinario. No podía mover ningún músculo, se veía aterrado. Podía intuir en lo que estaba pensando: no quería topárselo, seguí sin creer que después de tantos años al fin se lo topara, estaba seguro que era él.
Chigaru le devolvió la mirada confirmándole su miedo, uno diferente al que estaba acostumbrado a vivir. Miedo a lo desconocido. Miedo al Sanguinario. Miedo a enfrentarlo. Sabía que correr no serviría. Luego cerro sus ojos decidido. Se quitó con torpeza y desesperación las vendas y dejo al descubierto sus secas manos con uñas negras y largas. Harakhty se percató de la intención de su primo y con su mano trato de alcanzar la lanza que se le había caído.
Dos puntos rojos como sangre se hicieron visibles escondido entre la silueta del Sanguinario. Cargaba con sus sucios cuchillos y todo su cuerpo estaba pintado de rojo. Parecía una bestia. Mirándolos con la misma intensidad que las llamas detrás de ellos. Y justo cuando Chigaru iba a mover la mano, abrió los ojos y se petrifico al cruzar miradas con el Sanguinario.
Fue cuestión de un pestañeo que el agresor se abalanzó sobre el cuello de Chigaru y lo estallo en el suelo tan fuerte que hizo temblar el lugar. Harakhty alcanzo a tomar su lanza y se giró a donde su primo y el agresor.
Se quedó estático.
De nada le servía agarrar con fuerza el arma. Solo miraba la escena y odio en ese momento tener una vista tan aguda. Lo último que observo fue a su primo gritar desgarradoramente mientras el Sanguinario le clavaba sus cuchillos.
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