Todos los fines de año, Rymalan y Fiomel acostumbraban reunirse con varios Mëentu residentes de la isla Teârqao para celebrar.
El año en particular en el que este relato comenzó, el fin del año 318, la celebración se llevó a cabo en ‘Mez Orore Alnne’, en el hogar de la pareja de Zedlon, y sus siete hijos: Zaskhea, Efraz, Ynme, Mina, Lyngba, Do y Olda.
Los extensos terrenos que Rymalan y sus hijos habitaban estaban demarcados hacia el norte por un gran manglar —que de hecho hacía las veces de un gran muro, y evitaba que los humanos husmearan en las tierras del Mëentu—; y, por otra parte, delimitando las tierras hacia el centro y hacia el sur de la isla, se alzaba un gran bosque habitado predominantemente por robles, el cual Rymalan y Fiomel habían ayudado a poblar durante todos aquellos años que llevaban viviendo en la isla. Alzándose esporádicamente por aquí y por allá se encontraban cientos de plantíos de varias frutas, verduras y cereales, que les proveían de suficiente alimento para sostenerse y para comerciar en los diferentes mercados de la isla.
A unos metros de la playa podías encontrar la casa de la familia, construida de piedra —al contrario de las típicas casas de los humanos, construidas de barro o de madera—, y a pesar de que no era una gran casa, los habitantes mantenían una vida bastante confortable ahí.
Los Mëentu vivían una vida similar a la de los humanos, pues a pesar de que los hijos de Rymalan y Fiomel eran descendientes, ninguno de ellos conocía realmente su origen, pues cuando la pareja decidió asentarse en la isla, decidieron que cada uno de sus hijos tendría la libertad de elegir si querían poseer poderes y una larga vida (y claro, todas las responsabilidades que eso conllevaba), o si querían vivir como humanos.
Entonces, a pesar de convivir cotidianamente con varios Zedlon, los hijos de Rymalan y los hijos de Follen (Murdice y Mnanoz) vivían en completa ignorancia sobre una parte esencial de ellos.
Algo parecido a ti, ixane. Me avergüenza decirlo, pero es así.
Hmm.
Una Saizar de ojos azules llamada Mhylan, quien habitaba en una de las montañas de la isla, llegó en este fin de año particular a Mez Orore Alnne acompañada de un Zedlon de ojos ámbar y de nombre Dolan. Este último, no conocía a ninguno de los habitantes de la aldea, a pesar de ser primo de todos ellos.
No obstante esto, ambos Mëentu fueron hospedados por Follen y su esposa, Dhyfe, Saizar de ojos morados, quienes solamente tenían un par de hijos y, por lo tanto, suficiente espacio para ofrecerles un lugar cómodo.
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Comenzaré los relatos con esta historia en particular, que aconteció tres días antes del fin del año 318, con una de las hijas de Rymalan.
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Zaskhea estiró los brazos por encima de su cabeza, su espalda estaba rígida por la posición en la que se había quedado dormida. Ella había ido a su escondite para leer un poco, cosa que no había logrado, ya que el nuevo libro que su padre le había comprado por ocasión de su cumpleaños había resultado un poco aburrido. Bueno, bueno, muy aburrido, pues ya llevaba tres semanas intentando leerlo, sin ningún éxito.
No muy agradecida, la Ballos le dio unas palmaditas al tronco del roble en el que estaba recargada. Los ojos de la joven estaban renuentes a abrirse, como si alguien le hubiera cocido los parpados, impidiendo de esa manera que los pudiera abrir.
Haciendo un gran esfuerzo, ella logró abrirlos, únicamente para desear no haberlo hecho, pues los rayos del sol pegaban directamente sobre su frondoso cuerpo.
A pesar de que sus ojos dolían por la exposición a la luz, sabía que no podía permanecer más tiempo allí, sobre todo porque su estómago ya le avisaba que quería comer. Así que, unos instantes después, volvió a abrir los ojos y observó que todo el claro del pequeño asentamiento de robles que amaba se iluminaba con luces naranjas emitidas por parte del sol. Esto le confirmó que, dentro de unas horas, la luna haría presencia en el cielo.
Bostezando ruidosamente, Zaskhea se levantó de entre las raíces del árbol, recogió su libro del suelo, y se adentró en el bosque, entre los troncos de dos robles que crecían muy cercanos.
Como ya estaba de muy mal humor ―entre el atrevimiento del sol a brillar de tal manera sobre ella, que su siesta involuntaria no le había permitido descansar, y la aparición de nueva cuenta de esa añoranza que la asaltaba en los momentos más inoportunos―, la Ballos decidió regresar a su casa por el camino corto, pues si optaba por el camino largo, a través del bosque, se retrasaría por unos treinta minutos más.
A varios metros del escondite de Zaskhea había un sendero, muy cercano a los límites entre la tierra de Rymalan y de Follen ―y que a la vez los comunicaba fácilmente con las tierras del último―, y que coincidentemente, era el camino más corto hacia la casa. Así pues, la Ballos, ya pensando en qué comería, y considerando seriamente tomar una nueva siesta, pero ahora en su cama, se acercó al sendero sin prestar mucha atención a sus alrededores. Fue hasta que escuchó una voz que la devolvió al momento, que ella se detuvo.
“¿Me estas poniendo atención?” Mnanoz preguntó.
“¿Perdón?” le contestó una voz profunda. Una voz que Zaskhea no conocía.
“¡Dolan! Llevo tres veces repitiéndote lo mismo. Será mejor que me vaya, si no puedes mostrarme ni el más mínimo interés cuando te hablo” la voz de su prima se agudizaba con cada sílaba.
Causándole un mayor malestar, y precisamente porque no quería lidiar con el berrinche que su prima estaba haciendo con ese hombre llamado Dolan, Zaskhea decidió en ese momento tomar el camino largo de regreso a su casa. ¡Pff!, ya que. Tomaré un plátano en el camino, pensó.
Entonces, la Ballos retrocedió y se dirigió de regreso a su escondite, para cruzarlo y ahorrar un poco de tiempo mientras se hacía camino por el gran bosque. Unos diez minutos después, llegó a los plataneros que tenían plantados en los terrenos, en donde se acercó al árbol más próximo y tomó uno de los frutos, el cual procedió a deglutir rápidamente.
Con la panza algo aplacada, ella ya estaba segura que podría durar hasta llegar a su casa. Así que prosiguió en su camino, aunque unos cuantos metros más adelante se encontró entre algunos árboles de plátano a su hermana menor, Mina; quien tampoco se encontraba de un humor muy ameno.
“Mez, ¿qué haces aquí?”
Mina alzó sus ojos, que ardían entre enojo e incredulidad “¡Ah!, eres tú” dijo mientras seguía cortando unas cuantas ramas de las plantas “Tu padre me mandó a atender esta zona”
“¿No te dijo que atendieras los mangos de la zona cercana a los cedros?”
“Sí. Me dedique por más de seis horas a atender todas las mangiferas de la zona, y cuando me disponía a tomar un muy merecido baño, tu padre llegó a informarme que antes de comer tenía que venir a atender las plataneras”
Zaskhea sacudió la cabeza, desaprobando la acción de su padre “¿Tienes otro machete?”
“No, Zaskhea, por favor, no me ayudes” la voz y los ojos de Mina le imploraron “No quiero que me castiguen, como cuando Do quemó las sabanas nuevas de mamá”
“No tienen por qué castigarte. Yo no voy a decir que te ayude, ¿acaso tú vas a delatarte sola?” Zaskhea le dio una sonrisa a su pequeña hermana, después terminó diciendo “Además, no pude hacer nada por Do. Si no hubiera empezado a llorar, mamá me habría creído a mí”
Mina la miró aprehensiva “Aun así, estuvo dos meses castigada”
“Yo también, Mina” Zaskhea asintió vigorosamente “Mamá me hizo lavar todas las ollas. Ya sabes cuánto desprecio hacerlo”
La joven miró a su hermana mayor, y después de unos instantes, tirando el machete que traía en las manos, se abalanzó sobre ella, abrazándola fuertemente “Gracias” la Ballos dijo por encima de un suspiro.
Zaskhea le dio unas palmaditas en la espalda “Sé que soy muy buena de corazón, y sé que tú lo sabes, pero no hace falta una demostración de este tipo” Mina se alejó un poco de su hermana, y Zaskhea aprovechó para limpiarle las lágrimas de los ojos. Momentos después, continuó juguetonamente “No hay necesidad de llorar, Mez. Bastan tu eterno servicio y agradecimiento”
Mina sonrió entre lágrimas “De acuerdo, Rû”
“Entonces, ¿tienes otro machete?” Zaskhea le volvió a preguntar.
Mina tomó el machete que había tirado a la tierra y se lo dio a su hermana; mientras que ella tomaba un hacha que había traído consigo.
Las dos Ballos pusieron manos a la obra, y en menos de dos horas (la mitad del tiempo), toda la tarea de Mina estaba terminada. Las jóvenes regresaron a casa, teniendo particular cuidado que su padre no las viera, para evitar justamente, que regañara y castigara a Mina, por haber aceptado la ayuda de su hermana mayor.
Esa noche, ya en su habitación, Zaskhea intentaba dormir, pero algo le daba vueltas en la cabeza. Por una parte, se había percatado que, el pésimo humor con el que había llegado a la platanera esa tarde, se había disipado a medida que ayudaba a su pequeña hermana en sus labores; algo que ya había analizado en otras ocasiones que había ayudado a sus demás hermanos. Por otra parte, notó que, a medida que ella se empezaba a ocupar en diversas actividades, y no solamente en leer o las tareas propias que le asignaba su madre, esa sensación de añoranza que sentía de vez en vez, no la tomaba tan desprevenida.87Please respect copyright.PENANAyl33HKOfB6
Con un gran suspiro, la joven Ballos se acomodó en su cama, mañana sería un nuevo ciclo, y no solamente eso, un nuevo año. Dejando que el ligero estupor que sentía la envolviera, Zaskhea cerró los ojos y se quedó dormida.87Please respect copyright.PENANAdRjDMNsqut
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